Desperté de noche, golpeado por la brisa del mar, hacía frío y decidí saltar de la cama para dar un vistazo a la luna que alumbraba el golpear del agua con el hierro ensamblado. Las luces cumplían pobremente su labor, el corredor -tan angosto como le fue posible al diseñador- se extendía hasta la proa donde daba paso a una pequeña área de "estar" claro que a las tres de la mañana estar ahí no era muy común para el resto de los pasajeros, pero yo transitaba por un fuero nuevo, me sentía casi como un espectro, una aparición fantasmal en aquella mole a la deriva.
Desperté en la proa, cansado de perder tiempo sin sentirlo, con las manos heladas; la tarde visaba jirones rojos en el cielo, había cierto aire a soledad, a abandono, me sentí extrañamente ausente, buscando en la nada, sin razón, caminando por inercia en un mundo ajeno.
Me despertó una voz que insistía en que me levante de la cama, alcancé a divisar su figura, turgente, sonreía dispersa, como pensando en lo bien que pasará el resto del día, refunfuñó tan rápido que no alcancé a descifrar el mensaje, pero por el apuro que noté en sus pasos caí en cuenta que estaba ansiosa por llegar a la cita.
Desperté en el mismo cuarto, con amplias ventanas cubiertas por cortinas blancas, que dejaban pasar la luz del día que empezaba, el silencio reinaba en el espacio, mi voz irrumpió para crear un eco con el cual me percaté de su -trasnochada- ausencia. No me sorprendí con la figura, un aire de costumbre me invadió la conciencia que cedió su paso a la resignación, sin saber muy qué debía hacer, me levanté para observar por el cristal la agitada ciudad, los pequeños puntos avanzando con dificultad por las arterias de un obeso ser, vida de fantasía, autómatas esclavos de su incapacidad de liberación.
El teléfono insistía y me costó trabajo tomar el auricular, la voz que susurraba me trajo miles de imágenes a la cabeza, distantes todas ellas, cuando salía de la trubación que me produjo su "hola" alcancé a escuchar una dirección y tres números que dieron paso al robótico tono de llamada finalizada, continué con el auricular en la mano y lo alejé del rostro para observarlo, como si me fuese a dar las respuestas que necesitaba, colgué el teléfono, tomé la notebook con una sola tarea en mente: descifrar esa dirección y esos números, no tardé en cumplirla.
El ansioso claxon del vehículo de atrás me sacó de la cabeza el escenario hipotético en el que pensaba encontrarme, aceleré y mantuve el ritmo hasta llegar al destino, bajé y entregué las llaves al valet parking que miró con entusiasmo el armatoste que iba a conducir hasta el estacionamiento, ingresé sin saludar a quien me abrió el umbral, caminé directamente hacia el ascensor y presioné el botón que tenía grabado el primer número que me dio aquella voz, algunos segundos después salí del ascensor y transité por un amplio pasillo, al observar por las inmensas ventanas laterales aparecieron ante mí aquellos puntos y su lento caminar, mis pasos eran ahogados por la interminable alfombra roja por lo que nadie se hubiera percatado de mi presencia en esos lares, ni de mi repentino stop cuando pude ver aquella puerta con los tres números, mi corazón empezó a latir con fuerza.
Desperté en la proa, cansado de perder tiempo sin sentirlo, con las manos heladas; la tarde visaba jirones rojos en el cielo, había cierto aire a soledad, a abandono, me sentí extrañamente ausente, buscando en la nada, sin razón, caminando por inercia en un mundo ajeno.
Me despertó una voz que insistía en que me levante de la cama, alcancé a divisar su figura, turgente, sonreía dispersa, como pensando en lo bien que pasará el resto del día, refunfuñó tan rápido que no alcancé a descifrar el mensaje, pero por el apuro que noté en sus pasos caí en cuenta que estaba ansiosa por llegar a la cita.
Desperté en el mismo cuarto, con amplias ventanas cubiertas por cortinas blancas, que dejaban pasar la luz del día que empezaba, el silencio reinaba en el espacio, mi voz irrumpió para crear un eco con el cual me percaté de su -trasnochada- ausencia. No me sorprendí con la figura, un aire de costumbre me invadió la conciencia que cedió su paso a la resignación, sin saber muy qué debía hacer, me levanté para observar por el cristal la agitada ciudad, los pequeños puntos avanzando con dificultad por las arterias de un obeso ser, vida de fantasía, autómatas esclavos de su incapacidad de liberación.
El teléfono insistía y me costó trabajo tomar el auricular, la voz que susurraba me trajo miles de imágenes a la cabeza, distantes todas ellas, cuando salía de la trubación que me produjo su "hola" alcancé a escuchar una dirección y tres números que dieron paso al robótico tono de llamada finalizada, continué con el auricular en la mano y lo alejé del rostro para observarlo, como si me fuese a dar las respuestas que necesitaba, colgué el teléfono, tomé la notebook con una sola tarea en mente: descifrar esa dirección y esos números, no tardé en cumplirla.
El ansioso claxon del vehículo de atrás me sacó de la cabeza el escenario hipotético en el que pensaba encontrarme, aceleré y mantuve el ritmo hasta llegar al destino, bajé y entregué las llaves al valet parking que miró con entusiasmo el armatoste que iba a conducir hasta el estacionamiento, ingresé sin saludar a quien me abrió el umbral, caminé directamente hacia el ascensor y presioné el botón que tenía grabado el primer número que me dio aquella voz, algunos segundos después salí del ascensor y transité por un amplio pasillo, al observar por las inmensas ventanas laterales aparecieron ante mí aquellos puntos y su lento caminar, mis pasos eran ahogados por la interminable alfombra roja por lo que nadie se hubiera percatado de mi presencia en esos lares, ni de mi repentino stop cuando pude ver aquella puerta con los tres números, mi corazón empezó a latir con fuerza.